De la guerra

La Guerra, un resabio de la Barbarie

            Clausewitz pensaba que la guerra moderna es un «acto político», y consideraba el único elemento racional de la guerra. A menudo suele citarse el concepto más realista de su obra: «La guerra es la continuación de la política por otros medios». En su concepción, los otros dos elementos de la guerra son: a) el odio, la enemistad y la violencia primitiva, y b) el juego del azar y las probabilidades. Los primeros aspectos -escribió- interesan especialmente al pueblo; los segundos, al comandante en jefe,  a su ejército. Las pasiones que deben prender en la guerra tienen que existir ya en los pueblos afectados por ella; el alcance que lograrán el juego del talento y del valor en el dominio de las probabilidades del azar dependerá del carácter del comandante en jefe y del ejército; los objetivos políticos, sin embargo, incumbirán solamente al gobierno».

           En la teoría de Clausewitz, los elementos del odio, el cálculo y la inteligencia (dicho de otro modo, la pasión, el juego y la política) forman una «trinidad» inseparable. Así pues, Alemania se basó en Clausewitz para unificar la conducción militar y la política durante las dos guerras mundiales del siglo XX. Observada con rigor, su filosofía indica que el cálculo de los militares (la estrategia) y la conducción política tratan de dirigir e instrumentar una tendencia a la violencia y la hostilidad preexistente. Sostenía que, aun cuando un conflicto se iniciara sin esa base emocional, su desarrollo necesariamente influiría en este plano.

            Clausewitz concebía la guerra como una empresa política de alto vuelo, sin desconocer la sangre y la brutalidad que implica. Por eso, consideraba que todos los recursos de una nación deben ponerse al servicio de la guerra cuando se decide su ejecución. Y pensaba que la guerra, una vez iniciada, no debe detenerse hasta desarmar y abatir al enemigo. Su definición de la guerra es: «Constituye un acto de fuerza que se lleva a cabo para obligar al adversario a acatar nuestra voluntad».

            La historia de las guerras llenan las páginas de la historia misma de la humanidad. Desde las sangrientas guerras del Imperio Romano a las  dos guerras mundiales del siglo XX, hasta hoy, la guerra no cesa.

            La historia de los horrores de las guerras religiosas, de las torturas y sacrificios perpetrados por la Inquisición, de la conquista de América y de los genocidios de  pueblos, a lo largo de la historia, es la historia de la barbarie.

            Clausewitz que luchó en Waterloo contra Napoleón, ignora las causas del dominio económico colonial que impusieron los imperialismos a los pueblos, desde los Romanos hasta las potencias europeas en Africa  y Asia, que justifican las guerras de independencia y de liberación anticolonialista.

            En nuestra Patria aún no se había declarado la Independencia en Tucumán y ya se luchaba en el Litoral. Mientras San Martín preparaba el Ejército de los Andes, el gobierno central despachaba ejércitos a enfrentar a Artigas, cuyos diputados no fueron aceptados en la asamblea del año XIII. (Leer la Proclama de Artigas)

En ocasión del primer intento de organización constitucional del Río de la Plata, la Asamblea del año XIII, circuló en Buenos Aires un proyecto de constitución de carácter federal que incluía el siguiente artículo:

“Siendo necesaria a la seguridad de una Provincia libre una Milicia bien organizada, no podrá violarse el derecho del Pueblo para guardar y llevar armas”, art. 46 del proyecto de constitución federal para las “Provincias Unidas de la América del Sud”, Buenos Aires, 1813.

            Las guerras de independencia y de liberación de los pueblos contra la opresión colonial en los siglos XIX y XX como muestra la historia de las Revoluciones, derivaron en guerras civiles. Ni la grandeza de San Martín en nuestra patria naciente pudo detener la lucha fraticida. Se exilió a Europa y cuando  regresaba  al país, se enteró en Río de Janeiro, del fusilamiento de Dorrego por Lavalle, su “primer espada de sus Granaderos”.

 

            Todas las entrevistas que mantuvo en el Puerto de Buenos Aires (sin desembarcar) y en Montevideo de parte de las distintas fuerzas en pugna,  lo convencieron de que su intervención no aplacaría la guerra civil que se había iniciado.