El fatídico año veinte

1820  LA DESCOMPOSICION

 

               “Al comenzar el año XX el gobierno y  la asociación política de las Provincias Unidas del río de la Plata se hallaba en completa descomposición. El centralismo gubernamental de la revolución, fundado sobre los cimientos del antiguo régimen colonial, fallaba por su base. “ 

 

El texto que vamos a resumir a continuación, pertenece al Capítulo XLI del libro Historia de Belgrano y de la independencia argentina, de Bartolomé Mitre que fue publicado en 1857, cuando estaba en pleno desarrollo la guerra civil. Consideramos importante resumir parte de este capítulo, en la consideración de que el lector podrá analizar cuál fue el origen de la trágica guerra civil argentina, en la descripción del Motín de Arequito por parte de Mitre, presidente después de Pavón, contra quien luchara nuestro Chacho Peñaloza.

               Al margen de las ideas centralistas y probritánicas del modelo que encabezó Mitre, el   texto escrito en 1857 en plena guerra civil permite conocer la división que se produjo entre los jefes, militares y soldados que habían luchado juntos, en las guerras de la independencia.

 

               A continuación, extractos del mismo. La negrita del texto, nos pertenece.

 

               “Al comenzar el año XX el gobierno y la asociación política de las Provincias Unidas del Río de la Plata se hallaban en completa descomposición. El centralismo gubernamental de la revolución, fundado sobre los cimientos del antiguo régimen colonial, fallaba por su base. Después de haber dado la señal de la revolución, formulad sui programa político, presidido a su propaganda por todo el virreinato, expulsado al enemigo del territorio argentino, llevada sus armas ya victoriosas ya vencidas al alto Perú, reconquistado a Chile, declarado la independencia nacional a la faz del mundo, constituido un gobierno propio, preparados los elementos para emancipar de la dominación española el resto de la América del sur, cuando al mismo tiempo contra las resistencias internas, el gobierno central había gastado y malgastado sus fuerzas en diez años de ímprobos y gloriosos trabajos, y las fuerzas explosivas que la revolución llevaba en su seno iban a estallar como un volcán y a hacer volar el viejo edificio sepultando bajo sus ruinas a los nuevos reformadores civiles.

               Es que como queda dicho y explicado, precisamente porque la revolución argentina era una verdadera revolución radical y no una simple mutación o evolución normal, tenía por condición de vida y de progreso destruir lo viejo y crear lo nuevo dentro de sus propios elementos  orgánicos, y tal resultado no podía alcanzarse sino concurriendo la sociedad entera, y haciendo concurrir todas las fuerzas sociales, con toda su incoherencia y todos sus peligrosos extravíos.

               El gobierno central, después de conquistar la independencia, se había mostrado inhábil para constituir la república democrática y hacer concurrir las fuerzas populares al  sostén de la autoridad que nace de la ley, libremente consentida.

               La masa popular mal preparada para la vida libre había exagerado la revolución política y social obedeciendo a sus instintos de disgregación, de individualismo, de particularismo y de independencia local, convirtiendo en fuerzas sus pasiones, y removiendo profundamente el suelo en que debía germinar la nueva semilla que llevaba en su propia naturaleza. De aquí  la anarquía, hija del  desequilibrio social y del choque consiguiente de las fuerzas encontradas.  En presencia de este antagonismo, los políticos que con el centralismo colonial habían triunfado de la metrópoli, y que armados de él se veían impotentes para contrarrestar la insurrección de las  masas, buscaron la solución de los oscuros problemas de la situación fuera de las condiciones geniales de la nueva nación y se enajenaron  la voluntad de la opinión que conscientemente contrariaban. De aquí el duelo a muerte entre el federalismo y el centralismo, entre la democracia semibárbara y el principio conservador de la autoridad, entre el antiguo régimen apuntalado y el espíritu nuevo sin credo y sin disciplina.

               Decimos sin credo, porque como se ha visto, la masa popular obedecía a un instinto más bien que a una creencia, aun cuando invocara una palabra que simbolizaba un principio de gobierno futuro que sólo la inteligencia podía vivificar, una vez producido el hecho de la disgregación. Esta palabra era “Federación”. Pronunciada por la primera vez por Moreno, el numen de la Revolución de Mayo de 1810, los diputados nombrados para formar el primer congreso Nacional  la renegaron falseando su mandato.

               En esta lucha, el gobierno central había gastado y malgastado cinco años y cinco ejércitos y triunfante en todas partes con la bandera de la independencia había sido constantemente vencido por agua y por tierra en la lucha contra las provincias federales del Litoral. A las provincias del Litoral se había agregado la de Tucumán, que levantaba una bandera simpática a los pueblos del interior moralmente insurreccionados ya. Esa bandera había sido levantada antes por Salta con las mismas tendencias aunque con otros propósitos; Córdoba la había enarbolado por dos veces; Santiago del Estero una; y todos los pueblos estaban dispuestos a seguirla, obedeciendo a los intereses, instintos y pasiones que por varias veces hemos analizado en este libro bajo distintas fases. En el mismo Buenos Aires se había levantado con otros propósitos en 1816, renunciando al rango de capital, con el objeto de desarmar los celos de las demás provincias que no veían en ella sino la continuación de la autoridad de los antiguos virreyes bajo otra forma.

               El gobierno central por su parte no invocaba sino la Constitución unitaria que había confeccionado prescindiendo de un elemento vital, la que había jurado en público y a que no había sido fiel en secreto, pretendiendo sin embargo que imperase como ley suprema y que la fuerza de los ejércitos se encargase de imponerla.

               O el gobierno central dominaba por las armas y sofocaba el patriotismo local en todas las provincias rebeladas contra su ley, o las masas triunfaban, y entonces el espíritu federal prevalecía, corriendo el riesgo de resolverse en el aislamiento de los pueblos,  en la barbarie social y en el olvido de las reglas de todo gobierno regular.

               La República estaba dividida en dos campos. De un lado las provincias del litoral militarmente coaligadas, con sus poderosos caudillos a la cabeza. Artigas, a la sazón ocupado en su irrupción sobre las fronteras del Brasil (enero de 1820), obraba de acuerdo con ellos y amenazaba al congreso exigiendo la caída del directorio. Las fuerzas de Santa Fe, Entre Ríos y corrientes, se reconcentraban sobre la frontera de Buenos Aires, próximas a entrar en campaña. El gobierno nacional por su parte, reunía un ejército compuesto de elementos de la provincia de Buenos Aires  con el director supremo a la cabeza, marchaba a defender la frontera amagada. Al mismo tiempo ordenaba que se le incorporaran, la división del Ejército de los Andes acantonada en Mendoza y el  Ejército Auxiliar, que pocos días después debían desaparecer en medio de la anarquía general. Esto por lo que respecta a las fuerzas beligerantes próximas a chocarse.

               En el mismo centro de Buenos Aires existía un partido que simpatizaba con la causa federal de los caudillos del litoral y la anarquía de toda la República. Tal era la situación general de la República al comenzar el año XX.

               El plan del gobierno general de reconcentrar todos los ejércitos de la República en la provincia de Buenos Aires para combatir contra mil montoneros abandonando para ello las fronteras  y renunciando a la expedición del Perú, era absurdo y cobarde, política y militarmente considerado. Esto equivalía a entregar las provincias del Norte a los realistas del alto Perú, romper la alianza con Chile, desertar la guerra americana, y librar todo el resto del territorio argentino a los caudillos y a la anarquía, dando pábulo a la conflagración general.

               El Ejército de los Andes iba a emprender la campaña del Perú en unión con el ejército chileno y su retaguardia situada en Cuyo iba a ser envuelta por la anarquía, según se verá después. El Ejército Auxiliar del Perú obedecía la orden del gobierno y se ponía en marcha, pero no debía llegar a su destino.

               La ausencia del general Belgrano, querido y respetado por todos, había desatado los vínculos que ligaban a los jefes superiores con la masa de los soldados y una nueva influencia se había interpuesto entre el mando oficial y la obediencia militar.

               Una parte de los jefes principales  y la mayoría de los oficiales, obedeciendo a diversos móviles, miraban con repugnancia la guerra civil, y sin estar precisamente de acuerdo con la causa de los montoneros eran desafectos al gobierno central y resistían la marcha a Buenos Aires.

               Ala cabeza de los descontentos estaba don Juan Bautista Bustos, hecho general después de los combates de Fraile Muerto y la Herradura, y que a la sazón desempeñaba las funciones de jefe de estado Mayor. (era su plan) desconocer la autoridad central, establecer en córdoba un fuerte poder militar, hacer la paz con todo el mundo y constituirse en el árbitro de la situación.

               Era su brazo derecho para esta empresa don Alejandro Heredia que aspiraba a hacer otro tanto en Tucumán, de donde era nativo, constituyendo así en el interior de la República una nueva liga de caudillos militares que contrapesase el poder de la liga de los caudillos gauchos del Litoral.

               Entre éstos se contaba el entonces comandante don José María Paz, el único verdaderamente responsable ante la historia, (… ) es el único cuya falta no es disculpable ni explicable por los móviles que impulsaban a Bustos y a Heredia. Con estas influencias se contaba para sublevar el  Ejército Auxiliar, a que debía seguir o preceder la revolución de Córdoba, declarando a la provincia un estado federal, y sustrayéndola a la obediencia del gobierno central.

 

               Continúa aquí Mitre su relato nombrando a jefes y oficiales que habían luchado brazo a brazo en las batallas por la Independencia: el general Cruz que había de hacerse cargo por la enfermedad de Belgrano, Gregorio Aráoz de Lamadrid, Cornelio  Zelaya, Benito Martínez, Felipe Heredia, cuando a mediados de diciembre el Ejército Auxiliar marcha desde Pilar en Córdoba en dirección a Buenos Aires y se producen enfrentamientos en Villa de llos rancos contra el coronel arenales, mientras Felipe Heredia avanzaba desde Tucumán con el objeto de apoyar el pronunciamiento federal que debía coincidir con la sublevación del ejército. El general Cruz destaca a Paz en apoyo de Arenales.

              

En los primeros días de enero (1820) el Ejército Auxiliar pisaba la jurisdicción de Santa Fe. El día 7 continuaba su marcha siguiendo la margen derecha del Tercero, donde toma el nombre de Carcarañá  y se dirigía a acampar en la posta de Arequito.  Allí se le reúne Paz.

 

Relata Mitre los entretelones de la insurrección que debía encabezar Bustos. El general Cruz decide apoyar a Paz cerciorado que todo estaba preparado para dar el golpe. El regimiento de Húsares al mando de Lamadrid abandona a su jefe y junto al Regimiento de Dragones al mando de Zelaya que componían más de la mitad de la fuerza del ejército se suman  al complot.  Los jefes de otros cuerpos del ejército como Pinto y Morón son arrestados por subalternos junto a Zelaya. El general Cruz reúne a los coroneles que no se habían plegado al motín como Lamadrid, Pico, Martínez, Ramírez y Lamadrid.

Mitre relata los movimientos militares y a la mañana del 8 de Enero dos fuerzas se encontraban enfrentadas. Las de Bustos  con un total  de 1.500/1.600 hombres. Del otro lado, de la Cruz y los regimientos 3º y 9º con ciento sesenta húsares con una fuerza de 1.300/1.400 hombres.

El general Cruz, con la imperturbable frialdad que le era habitual, llamó a su ayudante  le dijo en alta voz: “Valla usted y pregunte qué movimiento es ese, de orden de quién l han ejecutado, y prevenga a esos cuerpos que vuelvan a ocupar su puestos”. El ayudante volvió pocos momentos después con la contestación de “aquellos cuerpos declaraban que no seguirían haciendo la guerra civil y que se separaban del ejército”. Este fue todo el programa de la sublevación de Arequito.

En consecuencia, entró en negociación con los sublevados, para que le entregasen los jefes que se hallaban presos y le devolviesen la parte de las caballadas y boyadas que necesitaba para el efecto y de que durante la noche se habían apoderado. Los sublevados se avinieron a la devolución, con la condición, según parece, de que se les entregara la mitad del parque y comisaría correspondiente a la parte del ejército que se separaba. En esto se empleó toda la mañana. A las doce del día el general cruzó mandó uncir los bueyes de las carretas,  poco después se puso en marcha a tambor batiente y banderas desplegadas.

Las fuerzas de Cruz fueron hostigadas en su marcha por el ejército de Bustos y por fuerzas montoneras,   debiendo entregar finalmente parte de los cuerpos que le habían quedado.

En honor a la verdad histórica, debe aclararse que la sublevación de Arequito ninguna connivencia tenía con la montonera, (se refiere a las fuerzas de López del territorio santafecino)  aun cuando no repudiaba sus propósitos políticos.

Llenado este objeto inmediato, el ejército sublevado evacuó el territorio de ´Santa Fe y se dirigió hacia Córdoba por el camino que había traído, remontando el Carcarañá y el Tercero.

 

Lo que está fuera de cuestión –prosigue Mitre- es que la sublevación de Arequito fue a la vez que un crimen militar, un escándalo político, no obstante todo lo que haya podido decir alguno de sus autores para explicarla o disculparla. (se refería a Paz?) 

 

Continúa Mitre relatando el encuentro entre José Miguel Carrera quien estaba aliado a López, en el campamento de Bustos con el fin de comprometer al ejercito sublevado en la guerra de  los caudillos del litoral; “desahogó su odio contra San Martín y O’Higgins”  sin lograr el apoyo de Bustos ni de Paz.

Bustos se apoderó de la situación, declaró a la provincia en estado federal independiente, y en consecuencia procedió a nombrar gobernador (19 de enero de 1820) a don José Xavier Díaz, el que se apresuró a comunicarlo a las demás provincias, dando al movimiento de Arequito su significado político en el sentido de la Federación y contrario al gobierno general que calificaba de opresor. (Bustos) desaprobó el hecho sin anularlo; entró en triunfo a córdoba con su ejército, en medio de aclamaciones u flores; se hizo nombrar por este medio gobernador de córdoba y dueño del poder con un ejército a sus ordenes para sostenerlo, empezó a desenvolver una política que dejó  sorprendidos  a todos.

               Bustos dirigió a todas las provincias una circular incitándolas a reunir un Congreso. Se ponía en comunicación con san Martín y O’Higgins brindándole su cooperación en la guerra de la independencia, y se propiciaba el concurso de Guemes ofreciéndole una parte de su caballería para cubrir la frontera  cambiar la situación del Norte, de acuerdo con el coronel Heredia, destinado a apoderarse del gobierno de Tucumán.

               El 9 de enero de 1820, casi el mismo día y a la misma hora en que la revolución de Arequito se consumaba, se sublevaba al pie de los Andes en la ciudad de San Juan el batallón Nº 1 de cazadores, fuerte de cerca de mil plazas, sin que mediara acuerdo previo y sin concordancia en sus propósitos.    (…)  ahora con la división del Ejército de los Andes acantonado en Mendoza, con la cual había creído contar para contrarrestar la guerra civil; somo se habría vuelto todo el ejército a que pertenecía, si san Martín no lo hubiese salvado con su previsión, lanzándolo a la expedición del Perú.

               Dijimos antes que el general  San Martín, resuelto a no tomar parte en la guerra civil y expedicionar al Perú de acuerdo con el gobierno de Chile, había repasado la Cordillera enfermo, dejando en Mendoza a cargo del coronel Alvarado la división del Ejército de los Andes. Esta división, que la principio solo era de mil cien hombres, se había remontado  hasta el número de dos mil doscientos, merced a la recluta hecha por el general san Martín en las provincias de Cuyo, teniendo en vista la expedición española que amenazaba al Río de la Plata, y en todo caso, la grande empresa que meditaba por la parte del Pacífico.

               Una asamblea popular convocada por el cabildo de san Juan declaró que San Juan era un pueblo independiente pero que formaba parte integrante de la nación argentina, que se obligaba a obedecer las decisiones del Congreso de las ‘provincias federadas’ que se reuniesen.

               El coronel Alvarado intentó sofocar el motín. Tres leguas antes de llegar a la ciudad pudo convencerse que la tropa sublevada estaba dispuesta a resistirle, por lo cual se decidió a retrogradar. Creyendo notar que su misma topa estaba poseída de un mal espíritu, se apresuró a reconcentrar el regimiento de Granaderos a caballo destacado en San Luis, con el cual, el de cazadores a caballo y algunos Cazadores dragones del 1º, repasó al occidente de los andes y entregó la provincia de Cuyo a la anarquía, llevando a San Martín un contingente como de mil hombres, más importante que por su número, por ser la única caballería con que contaba para la expedición al Perú.

               Mendoza, San Juan y San Luis, constituidas en estados federales de hecho, reasumieron su soberanía local; formaron una liga política, constituyendo una especie de dieta federal compuesta de un diputado por cada provincia, a que dieron el nombre de convención y adoptaron la política pacífica de Bustos, prestándose a concurrir al Congreso Nacional promovido por este.

               La Rioja, siguiendo  el ejemplo de las demás provincias, depuso a s gobernador intendente y se declaró estado independiente, federándose con San Luis. Bustos se apresuró a reconocer este hecho y pudo contar con un nuevo aliado. Guemes entró también en relaciones con Bustos de quien era amigo, y aceptó la idea de reunir un Congreso.

               El general San Martín se ponía igualmente en comunicación con Bustos y comisionaba a su secretario don Dionisio Vizcarra, a fin de que concurriera militarmente por la frontera norte a la expedición al Perú, que a la sazón preparaba.

               Bustos para cumplir con San Martín despachó al coronel Alejandro Heredia al frente de los regimientos de Húsares y Dragones, que eran como cuatrocientos hombres, en su mayor parte nativos de las provincias del norte. Esta fuerza, destinada a obrar de acuerdo con Guemes en el sentido de las indicaciones de San Martín, tenía por objeto cambiar el orden político de Tucumán, a la vez que propiciarse la buena voluntad de Salta.

               El gobierno central, aislado y atrincherado en Buenos Aires, defenderá a la vez que la causa de las instituciones existentes, el último recinto de la civilización argentina que poseyese en aquella época, elementos de gobierno regular y morigerador.

               Buenos Aires se convertirá en un estado federal e independiente bajo otras reglas que las del caudillaje brutal y dará el tipo de la nueva federación nacida de las entrañas de la anarquía, semibárbara y amamantadas por la civilización.”

 

               El capítulo XLII  EL AÑO VEINTE. LA CATASTROFE  - hasta el XLV  LA PACIFICACION

 

               Describe aquí la guerra de Buenos Aires contra López y Ramirez,  la caída y destierro de Pueyrredón, la batalla de Cepeda donde pierde Buenos Aires, disolución del Congreso (que sesionaba en Buenos Aires después de Tucumán  y sancionara la Constitución unitaria de 1819  y cese del Directorio.  La derrota de Buenos Aires y el Tratado de Pilar.

Las consecuencias. Los cambios en Buenos Aires. General Soler – Balcarce – Intento de golpe de Alvear y Carrera . Expulsión de Alvear – Ramirez en Puente de Marquez.   La muerte de Belgrano – Martín Rodriguez (gobernador) Campaña con Dorrego,  Lamadrid y Rosas – Derrotan a Alvear y Carrera – López se retira – Rosas se retira - Derrota de Dorrego en Gamonal – Muerte de Guemes  - 

               En marzo de 1821 San Martín libera Perú.

               Después vendría Martín Rodriguez y Rivadavia, la Constitución de 1826 como disparador de la guerra en todo el NOA y Cuyo – Luego Dorrego – Lavalle – Fusilamiento –  Federales de Buenos Aires  - Rosas toma el poder

 

Del General José María Paz  sobre la rebelión de Arequito:

 

 

“La guerra civil repugna generalmente al buen soldado, y mucho más desde que tiene al frente un enemigo exterior cuya principal misión (de aquél) es combatirlo., Este es el caso en que se hallaba el ejército, pues que habíamos vuelto espaldas a los españoles para venirnos a ocupar de nuestras querellas domésticas. Y a, la verdad, es sólo con el mayor dolor que un militar que por motivos nobles y patrióticos ha abrazado esa carrera, se ve en la necesidad de empapar su espada en sangre de hermanos. Dígalo el general San Martín, que se propuso no hacerlo y lo ha cumplido. Aún hizo más en la época que nos ocupa, pues, conociendo que no podría evitar la desmoralización que trae la guerra civil, procuró sustraer su ejército al contagio, desobedeciendo (según se aseguró entonces y se cree hasta ahora) las órdenes del gobierno que le prescribían que marchase a la capital a cooperar con el del Perú y el de Buenos Aires. Unicamente perdió el hermoso batallón 1, que estaba de este lado de los Andes, y sólo fue a duras penas que llegaron a Chile. Si el general San Martín hubiera obrado como el general Belgrano, pierde también su ejército y no hubiera hecho la gloriosa campaña de Lima, que ha inmortalizado su nombre.” (Memorias del General Paz)