Teniente Coronel Don Marcelino Reyes

Por  César Carrizo

               Leemos en la Biblioteca Mariano Moreno de la ciudad de La Rioja el libro escrito en 1945  por César Carrizo.Y extraemos algunos párrafos de su libro.

               “He querido evocar las circunstancias, cuándo y dónde conocimos al Teniente Coronel don Marcelino Reyes,….

               Recuerdo que fue en la Plaza 25 de Mayo, una mañana de junio. El Sargento Mayor, don Dominato  Sánchez, anciano ya, nos refería sus hazañas y sacrificios, para enseñanza moral de la muchachada barbi-lampiña. ¿Dominato Sánchez? –preguntará, desapercibido de la historia y del romancero de La Rioja. Nos referimos a aquel gigantazo de pelambre lacia, perfil morisco y ojos verdes –paladín y gran señor si los hubo - que comandara con otros jefes, nuestras huestes riojanas al Paraguay.

               En eso, levantándose trabajosamente del banco, para hacer la venia militar a un personaje que pasaba, nos dijo en tono de confidencia y de admiración: -Ese que va ahí, bizarro y sereno es el ‘Manco Reyes’.

               Juntos anduvimos en el Paraguay, a las órdenes del general Mitre. Juntos enfrentamos a la muerte; y no a buen recaudo del sacrificio y del peligro, sino en la vanguardia, al frente de la tropa. Juntos peleamos en los campos del Yatay, en Uruguayana,  en  Estero Bellaco, en Humaitá…  Juntos nos batimos en Curupaytí, donde los paraguayos nos quemaron a balazos. Que no caímos en aquella guapeada argentina, de las más fieras de que habla la historia? Hasta hoy me parece cosa de milagro.”

 

               El relato de Dominato Sánchez continúa revelando heroicos combates al lado del entonces joven  Teniente Marcelino Reyes, relato que no cambia el juicio de la historia sobre la  geopolítica armada  que desangró al Paraguay  y condenó la invasión guerrera al país hermano, sino que revela testimonios de testigos de una guerra que dividió y enfrentó a los riojanos.

 

               “Otra digresión: el sargento mayor Don Dominato Sánchez, después de haber dado todo a la patria, a la democracia y la organización nacional, volvió a su fragua y a su yunque de herrero. Era un recio forjador y un fino artista del hierro y del bronce. ¿Se quiere nada más hermoso que un paladín, un centauro fulgurante, que se apea de su caballo de guerra, para empuñar las herramientas del trabajo y de la paz, con optimismo y noble artesanía?

               Más de una vez, a la distancia, en la lontananza del tiempo, al recordar a Dominato Sánchez, lo he visto como un símbolo de nuestro Ejército-Pueblo, -permítaseme la expresión – que después de jugarse en las cargas y en las marchas más romancescas, regresa a la vida mansa y recoleta de la querencia, a cavar surcos, plantar árboles, sembrar la mies, forjar el hierro, tallar maderas, trasegar mostos, criar toros, domeñar mulas y potros bravos.”

 

               “Consignemos ahora algunos detalles  que nosotros, siendo niños, pudimos observar referidos al  Sargento Mayor don Dominato Sánchez.

               “Había conocido desde el General Juan F acundo Quiroga y sus huestes hasta el General Peñaloza y su montonera. Y desde el último gaucho de poncho y bota de potro que los seguían con fanatismo, hasta los doctores y pelucones de levita, que en las ciudades los adulaban para  después ….

               Hasta que Dominato Sánchez que todo lo diera a la patria, vida y hacienda; y el resto, a los médicos y aves negras que lo esquilmaron, se asiló en la casa de mis abuelos, donde mi madre hacía de samaritana y hermana de caridad para con el anciano, como un voto hecho a San Nicolás de Bari y al Niño Alcalde, númenes protectores de La Rioja. Fue entonces cuando yo, siendo niño, presencié escenas inolvidables.

               Recuerdo que algunas tardes llegaba don Marcelino a nuestra casa solariega; … Era una fiesta del alma para el anciano, ya casi ciego, y hasta inválido, la visita de su antiguo compañero de armas …. penetraba por el zaguán sin llamar, bien que era un buen amigo que llegaba a una casa amiga….  llevaba un libro de apuntes. Tomaba asiento junto al anciano. Lo palmeaba para darle ánimo y comunicarle optimismo. Y el noble viejo parecía revivir.

               Mas,  antes de empezar la sesión histórica, el diálogo magistral y confidencial a la vez, los dueños de casa cumplimentaban al ilustre visitante. ¿Con qué, si en la casa paterna ya casi habían desaparecido las bodegas y despensas, bien provistas de mostos y mantenimientos? ¿Con qué, si las alacenas y bargueños, plenos de antiguo damasco y argentería colonial, era ya casi una reminiscencia dorada?. Porque en mi casa paterna como en tantos hogares riojanos de honda raigambre en la historia y en la tierra, todo más o menos,  había ido desapareciendo, llevado primero por el huracán de las guerras civiles; luego por las encontradas corrientes, de la organización nacional. Hasta que llegó el dolor de sembrar en el desamparo, para no cosechar sino unas cuantas espigas y unos cuantos racimos. Ese resignado dolor de las llamadas provincias pobres, porque se empobrecieron al ofrendarlo todo a la epopeya, a las instituciones de la patria y al centralismo de la metrópoli.

               Después de un corto paseo por el huerto, don Marcelino volvía junto al anciano.

               Iba a dar comienzo la sesión histórica.

               Hay dos sucesos que el Manco Reyes quiere esclarecer en todo lo posible: la tragedia de Barranca Yaco, donde muere Facundo y toda su comitiva -16 de febrero de 1835- y el drama de Olta -12 de noviembre de 1863- donde el general  Angel  Vicente Peñaloza es asesinado por el teniente coronel Pablo Irrazábal.

               ¿Qué en el drama de Barranca-Yaco, obró la instigación de Rosas, la autorización de Rosas, la media palabra presidencial de rosas, como Ud. me lo asegura? Estoy convencido de ello; -afirma Dominato Sánchez. – Pero ¿dónde están las pruebas?

               Nunca mi Teniente Coronel, se han documentado los crímenes. Aún más: los poderosos no sólo hacen desaparecer las pruebas de sus errores y horrores, sino que suelen inventar otras, que los absuelven. Sin embargo, hay algo que no es posible anular: la voz del pueblo y la mirada acusadora de la opinión pública. … En los días oscuros de Barranca Yaco yo era joven. Y el clima que se respiraba era de acusación a don Juan Manuel de Rosas. Hasta los mismos amigos del régimen, lo sindicaban a él.

               López protegía a los Reynafe,  y  malquería a Facundo.  López era un instrumento de Rosas.  Cullen, ministro de López, había estado en Buenos Aires en misión confidencial. ¿Qué hablaron? Misterio… Y a Rosas y a López les interesaba la desaparición de Facundo.

               -Bien lo sabemos, mi amigo. Sin embargo falta la prueba jurídica; faltan las probanzas de derecho, para condenarlo.

               La madre del caudillo, doña Juan Rosa Argañaráz,  viuda de don José Prudencio Quiroga, señora muy respetable, a quien conocía en San Antonio, en Los Llanos , tenía la seguridad.

               ¿Conoció Ud. a la madre de Facundo?

Tuve ese honor y ese placer. La conocí, ya anciana. Pero muy derecha y en todo el dominio de sus facultades.  Pues, doña Juan Rosa Argañaráz estaba convencida de lo mismo.

 

Y a continuación se publica la carta de Estanislao López a Rosas que  Marcelino Reyes reproduce en su Bosquejo. (Leer Crónica histórica)

 

Sí mi Teniente Coronel: fue Barranca- Yaco, y no la boleada del caballo del General Paz, lo que modificó la marcha el compás. Yo lo creo así.

 

               Referente al drama de Olta, donde se lancea a un general de la Nación, rendido e indefenso y se le corta la cabeza, y se la clava en una pica para que la vean todos, el anciano que nunca había peleado a las órdenes de Peñaloza, ni tampoco fuera su correligionario o propincuo – es severo y enérgico.

               -Al  Chacho le ocurrió lo mismo que al Dr. Marco Manuel de Avellaneda , en Metan. Lo mismo que el gobernador José Cubas, en Catamarca. Lo mismo que al General Mariano de Acha, en la Posta de la Cabra. 

-Es verdad a todos se les cortó la cabeza, sin consejo de guerra, y cuando estaban rendidos e indefensos.

-Pero con la diferencia de que el Chacho siempre había peleado en contra del tirano.

-Y bien, según su opinión, ¿quién ordenó el asesinato del general Peñaloza?

-A esta altura de la vida, cuando ya estoy pisando la sepultura, debo ser franco, como fue siempre mi norma. Y aún más franco. La sentencia de muerte la traía ya Pablo Irrazábal desde san Juan, de la Legislatura de San Juan.

-La aseveración es grave, mi amigo.

-O para ser más claro: del conciliábulo que aconsejaba y adulaba al Gobernador Sarmiento, jefe de la guerra contra la montonera.

-Continúa siendo grave la aseveración. Además no hay pruebas al respecto.

-Sería ingenuo dejar pruebas fehacientes.

-Sin embargo se ha dicho que Irrazábal obró por deliberación personal, envalentonado con los galardones que le tributa el gobierno de San Juan después de su triunfo en Caucete.  Acuérdese lo que al respecto, escribe el mismo gobernador Sarmiento al Gobierno Nacional, dándole cuenta del triunfo de Caucete: “Hoy que sabemos que Peñaloza al frente de 1.200 hombres, perfectamente montados, y con el desierto y la desesperación a la espalda, no ha podido resistir al Mayor Irrazábal que lo combatía con ciento treinta hombres en definitiva”…

-Cifras exageradas y falsas, mi Teniente Coronel; protesta  Dominato Sánchez.

               ¿Está seguro?

-Segurísimo. Siempre se ha magnificado el triunfo de Caucete. Usted, mi  teniente coronel, bien conoce el sitio de aquel hecho de armas: una calle larga, un callejón sin salida. Bueno, pues: la montonera, en número reducido, se hallaba desmontada y carneando una vaquillona. Por añadidura, sin el jefe; pues el general Peñaloza se encontraba lejos de la Puntilla de Caucete. Y en tales circunstancias cayó Irrazábal por sorpresa, como una avalancha, gracias a un aviso recibido horas antes. Entonces la gente de Peñaloza, sin más tiempo que para montar a caballo solo atino a huir. Muchos murieron en la sorpresa. Otros fueron tomados prisioneros. Y uno de estos prisioneros, reveló el secreto del lugar donde la montonera en fuga,  iba a tirar la rienda…

-¿Cómo lo sabe?

               -Por uno de los actores de aquel suceso:  el Teniente Reyes Bustamante de la fuerza de Irrazábal.  Reyes Bustamante aún vive, afincado en Chañarmuyo, en el departamento de Famatina.

               -Pero sigamos con la comunicación de Sarmiento al gobierno de la Nación …

               -Exageraciones, mi Teniente Coronel.

Sean o no exageraciones como decía el anciano, el Manco Reyes escribe en su ‘Bosquejo’:

               ‘Y como justo premio a tan brillante acción de guerra, la Legislatura de san Juan regaló una espada de honor, al vencedor de la Puntilla de Caucete, y un estandarte de seda al regimiento número 1 de caballería de línea, con cuatro medallones bordados de oro, entre palmas de laurel, aludiendo a los cuatro combates en que el famoso regimiento había derrotado a la montonera, volviendo por su crédito y el de la caballería de línea, después de su última derrota en la batalla de Pavón:

Punta del  Agua

 Lomas Blanca

Playas de Córdoba

Puntilla de Caucete

 

Después de un silencio, el aciano prosigue:

               -Supongamos que Irrazábal quiso congraciarse con el gobierno y el partido político a quienes obedecía, y obró por deliberación personal, en un momento de locura salvaje, su crimen, cometido con toda cobardía y escarnio, no tiene parangón.

               -En su tiempo, y aún después, el país entero, desde el Presidente de la República condenaron el hecho bárbaro. Hoy, nosotros, no podemos rehacer la historia. Tenemos que aceptar los sucesos tal como ocurrieron. Y acaso la patria, la paz, el orden y la cultura necesitaron de tamaños sacrificios y horrores, para bien de las generaciones actuales y del porvenir del país.

               Dominato Sánchez hace un resignado movimiento de cabeza, y dice:

               -Sabe Ud. mi Teniente Coronel, quien fue el mandadero que trajo la oreja del Chacho, destinada al gobierno de La Rioja? Nada menos que Reyes Bustamante.

-¡Es curioso! Precisamente Reyes Bustamante se crió en la casa de mi suegra, Carlota Ortíz de Vallejo.

               -Irrazábal quería certificar aun más el crimen, y convencer al gobierno de la Provincia, que al fin el último caudillo de Los Llanos había caído para no levantarse más.

               Don Marcelino anota este detalle y otros pormenores en su libro de apuntes, no sin un rictus amargo en los labios, y un gesto de asombro.

-Tengo la referencia fidedigna de personas que presenciaron aquella escena macabra. El gobernador interino Don Manuel Vicente Bustos, que meses antes respondía a la tendencia de Peñaloza, era quien personalmente, y con sorna enseñaba en bandeja de plata a las damas y caballeros, la oreja ‘dañada’, que trajera Reyes Bustamante. (Ver Crónica histórica)

               -¿Bustos en persona, la mostraba a la concurrencia?

               -El mismo. Y anote para formar juicio. Pocas  veces La Rioja tuvo un político más audaz, más cambiante, más cucañero que don Manuel Vicente Bustos.

               El Manco Reyes no olvida la advertencia y la crítica del viejo soldado. (Ver Crónica histórica)

               Doblamos la última página del “Bosquejo Histórico de la Provincia de La Rioja” y nos queda en el espíritu la impresión y el surco profundo de haber leído el libro medular, sustantivo de un historiador cabal: es decir, de un hombre que anduvo con la historia, por los caminos  por las cuestas fragosas, por los campamentos, por los fortines, por los campos de batalla, por las asambleas y por las aulas del Estado.

               Pude discreparse o no, con el método del autor, al concebir y escribir su obra. Hasta podemos estar en disenso con juicios y apreciaciones sobre ciertos acontecimientos, y los hombres que los animaron o provocaron. Y es posible que lamentemos algún olvido o displicencia para con figuras heroicas y civiles, que cruzan de a pie, o a caballo, los tiempos preorgánicos de La Rioja. ¿Acaso por discreción o exceso de austeridad? No juzguemos ni prejuzguemos. Aunque ya el autor nos dice:  ‘Cuando se trata de hechos contemporáneos, en los que se ha tomado una participación más o menos ardorosa, y cuyos autores viven aún en su mayor parte, una acusación errónea, aunque esté patente la buena fe, es una mala acción’.

               Marcelino Reyes falleció en Buenos Aires el 13 de marzo de 1905.

 

               Así  concluye el libro de don César Carrizo sobre Marcelino Reyes.